domingo, octubre 18, 2009

LA SANIDAD EN LA CRUZ DEL CALVARIO

La cruz de Cristo, junto con la resurrección, es el corazón de la fe cristiana; es la médula del mensaje del evangelio. En la cruz, al pecado y a la enfermedad se les despojaron de su aguijón. Cuando miramos hacia la cruz, vemos a Jesús con las manos, los pies y el costado heridos; un segundo vistazo revela una tumba abierta y sabemos que la redención de la maldición del pecado tan largamente tipificada se ha «hecho»; nuestra esperanza surge por encima de las nubes cuando vemos a Jesús exaltado por nosotros. «Por su llaga fuimos nosotros curados» [Isaias 53-5]

La sanidad y la serpiente de bronce levantada

En los tiempos de Moisés, Dios proveyó un símbolo gráfico del poder de sanidad de la cruz [Nm 21.5–9]. El pueblo pecador provocó al Señor con sus acusaciones continuas contra Moisés y aun contra el mismo Dios. La naturaleza pecaminosa, adámica, del pueblo estaba fuera de control; la maldición del Edén se había manifestado a plenitud. Dios les daba el maná a diario, pero odiaban hasta su gusto, menospreciando la provisión de la gracia de Dios. Llegaron al punto de transferir su odio a Dios y al líder que El les dio. Sus excesos pecaminosos de disputas y contiendas frenaron el tan deseado viaje a la tierra prometida. Sus actos y actitudes de rebeldía ocasionaron una aflicción horrible a todo el campamento; multitudes cayeron a causa de las mordeduras de las «serpientes ardientes». Parecía reinar la muerte. Sin embargo, como siempre, Dios en su gracia proveyó un remedio para dar sanidad. Por mandato divino, Moisés puso una serpiente de bronce sobre una asta con la promesa de que todo aquel que mirara con fe a la serpiente de bronce sería restaurado. Había vida en una mirada, gracia en un vistazo, victoria en una visión del emblema de la redención del pecado juzgado y expiado.

La clave de la sanidad divina.

La plaga de serpientes ardientes enviada sobre el pueblo de Dios fue, en realidad, un castigo que ellos mismos se infligieron debido a su frecuente murmuración. Dios permitió que su juicio se aviniera a la presunción popular, y muchos murieron por la mordedura de las serpientes. Pero en respuesta al arrepentimiento de su pueblo, Dios prescribió que se erigiera una serpiente de bronce, y todo aquel que levantara la vista con fe hacia ella sería sanado. Jesús se refirió a este relato en [Juan 3.14, 15], al implicar que la serpiente de bronce prefiguraba su crucifixión. Nuestra sanidad, tanto espiritual como física, viene de poner nuestros ojos en el Cristo crucificado e identificamos con Él, ya que por su herida fuimos sanados [1P 2.24].

La sanidad y el Cordero de Dios levantado

Vemos claramente en [Números 21] que surgieron dos remedios y beneficios distintos al mirar el símbolo del Cristo crucificado. Las bendiciones fueron el perdón de los pecados y la sanidad de la enfermedad que afligía al cuerpo. Los beneficios de la gracia también eran dos: primero, el espiritual, por la limpieza de sus almas manchadas de pecado, y segundo, el físico, por la sanidad de las mordeduras de las serpientes. La cuerda de rescate, que parte de la cruz hacia la humanidad afligida por el pecado, tiene dos cabos de rescate: La redención del alma y la sanidad para el cuerpo. Sabemos que la interpretación que hacemos es correcta porque lo aclara el pasaje central del Nuevo Testamento: [Juan 3.14–17].
La palabra salvo del versículo 17 de este pasaje se refiere a una salvación completa, a una redención que abarca toda la persona. Cuando Jesús dijo: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él», se refería a la salvación completa de la persona, cuerpo y alma. El utiliza la palabra salvo con un significado de salvación tanto física como espiritual, digamos una salvacion completa, Dios no hace las cosas a medias.

Un remedio de sanidad que caducó

Se debe dar una advertencia al considerar la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto. El lo hizo por mandato de Dios para dar sanidad a los israelitas enfermos y moribundos. La serpiente de bronce sobre una asta era un símbolo orientado hacia el futuro, al cumplimiento del tiempo cuando Jesús, el Redentor prometido, vendría para cumplir todas las tipificaciones, sombras y símbolos del Antiguo Testamento. Cuando levantaron a Jesús en la cruz, vino a ser lo que la serpiente de bronce representaba. Ahora sólo es necesario ejercitar fe en la obra consumada de la cruz.
En [2 Reyes 18.3- 4] se menciona una práctica de alabanza a la «serpiente de bronce», que el buen rey Ezequías abolió. La serpiente de bronce se dio para un momento y sólo como señal del juicio y la expiación del pecado del pueblo. No se hizo para que se convirtiera en un objeto de alabanza. Señalaba hacia adelante, a la muerte vicaria y propiciatoria de Cristo en la cruz donde se juzgaba todo el pecado. El sacrificio de Cristo se llevó a cabo de una vez y para siempre, y no iba a repetirse; era una obra consumada. Honramos el recuerdo, no la cruz en sí, la cual fue un instrumento atroz para dar pena de muerte, sino el sacrificio que se ofreció allí para nuestra salvación. No es la cruz quien nos salva, sino la fe en Cristo y su obra de expiación.
Si procuramos encontrar sanidad y perdón en un objeto con forma de cruz o en algún amuleto, perpetuamos un estilo de alabanza abusiva como la que ocurrió con la serpiente de bronce y que el rey Ezequías abolió. Quizás hayan algunos que utilicen los objetos sólo para recordar los hechos y las realidades espirituales; pero en algún momento, invariablemente, los objetos de recuerdo se convierten en objetos de alabanza. Algunos pueden evitar el abuso, pero otros menos entendidos y que los imitan pueden desembocar en un acto de idolatría.
Además, si miramos únicamente a la cruz, avanzamos sólo hasta la mitad del camino, pues la obra completa de salvación para el cuerpo y el alma debe incluir la tumba vacía, la gloriosa resurrección. Cristo no sólo murió, también resucitó y está sentado a la diestra de Dios para ser nuestro intercesor y Sumo Sacerdote. La obra de la cruz compró nuestra salvación, pero el caudal de beneficios gloriosos fluye desde el asiento de misericordia del trono de gracia. El Salvador al que adoramos es el mismo Cristo viviente hoy, ayer, mañana y siempre.
Tome nota de ejemplos contemporáneos en que ha oído, o tiene conocimiento, de que la superstición se ha proyectado en objetos para procurar la bondad de Dios.

La sanidad de Dios y el Cordero de la redencion levantados


Otro pasaje de las Escrituras que hace referencia a Jesús «levantado» se encuentra en [Juan 8.26–30]. El mundo, incluso los discípulos de Jesús, en realidad no lo conocían como el Salvador y Redentor hasta que murió y resudtó. Lo conocían como el gran Maestro, hasta como el Mesías que regiría sobre un reino venidero. Pero sólo la cruz lo reveló como el sufriente Cordero de Dios que quitaría los pecados y aflicciones del mundo, a pesar de que Juan el Bautista lo presentó como tal.


Como el Señor Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados y aflicciones, millones han llegado a conocerlo como su Salvador y Sanador.
«Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» [2 Co 5.15–17].



Es posible que no haya un pasaje más importante en el Nuevo Testamento que Juan 12. Los griegos buscaban a Jesús; quizás fueron a invitarlo a que llevara sus enseñanzas a Grecia; a lo mejor eran como el macedonio [griego] que aparece en [Hechos 16], quien en la visión de Pablo, vino a ayudarlos. Los griegos de Juan vinieron muy temprano; antes de la cruz.
Jesús les explicó que la hora de su glorificación se acercaba. ¿Qué otro grupo de hombres hubiera llamado a su hora de ignominia el momento de gloria? Jesús la llamó la hora en que Él sería glorificado. No ignoraba la espantosa amargura del sufrimiento de la copa del Calvario, pero en un momento le pasó por la mente que el Padre podría salvarlo del espanto de cargar el pecado y de sufrir la derrota aparente de la tumba. Pero de inmediato se sometió voluntariamente al plan del Padre y surgieron palabras de triunfo: «Mas para esto he llegado a esta hora». Vino para ser plantado; declaró que para tener una cosecha de redención, la semilla de provisión tenía que caer en tierra, pero que el grano de trigo plantado produciría una cosecha mundial de almas salvadas hasta los confines de la tierra.
Entonces Jesús dijo: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo». Podía ver las multitudes de enfermos y culpables dejando sus cargas aplastantes al pie de la cruz. ¡Con razón dijo que la hora de su gloria había llegado! Pablo, en [Filipenses 2.5–11], expone perfectamente acerca de la humillación y la exaltación.

La oración eficaz para sanidad levantada

Existen momentos cuando los seguidores redimidos del Señor entran en comunión con sus sufrimientos y por consiguiente se transforman en siervos más consagrados y eficaces. Los apóstoles de Jesús, en su esfuerzo por llevar las buenas nuevas de la salvación completa que emanó de la cruz y de la tumba vacía, sufrieron persecución severa. En especial sufrieron al tratar de predicar las buenas nuevas de la resurrección. Los encarcelaron y amenazaron con castigos mayores si continuaban con la predicación pública de la resurrección de Jesús. Los apóstoles se reunían para informar respecto a las amenazas. Se refrescaban las mentes acerca del propósito de la venida de Cristo a la tierra y del significado de la cruz y la resurrección. Después se unían en la siguiente oración:
Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.
[Hch 4.29–31]
Los discípulos dijeron, en efecto: «Señor, sabemos que tenemos salvación completa en Cristó, tu Hijo, adquirida con su muerte propiciatoria en la cruz. Vimos que una gran victoria surgió de tu evangelio a través de la sanidad de un cojo; ahora se nos ha prohibido la predicación de la resurrección en Jerusalén; Señor, extiende tu mano para sanar los enfermos para que nos dé un renovado denuedo para predicar la verdad a pesar de los sufrimientos». El Señor les respondió, enviándoles un terremoto espiritual privado y con esto un nuevo Pentecostés y un denuedo renovado. Luego, Dios hizo grandes milagros de sanidad a través de Pedro, Felipe y Esteban.
Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
[Hch 5.12–16]
La proclamación denodada de la resurrección de Jesús de la tumba, junto con la enseñanza de que el Señor era un Salvador y Sanador viviente, atrajo a multitudes al Reino de Cristo.


Dios le dio a los discípulos denuedo porque deseaban, por encima de cualquier pensamiento de preservación personal, que el evangelio de salvación completa avanzara llevando redención y sanidad a las incontables multitudes de personas enfermas y plagadas de culpa. Parece que resultados similares ocurren hoy en día donde el pueblo de Dios ora pidiendo denuedo mediante el poder del Espíritu Santo de Dios.

Un clamor por misericordia sanadora levantada

Un relato muy interesante de un milagro es el de la sanidad del ciego Bartimeo y que usted puede leer en [Lucas 18.31–43].
En el último viaje a Jerusalén, antes de llegar a Jericó, Jesús les explicó a sus discípulos que iba a ser traicionado, insultado y crucificado, pero que se levantaría de entre los muertos al tercer día. Los discípulos estaban perplejos por la profecía de su muerte; es más, la predicción estaba más allá de su entendimiento. Después de la enseñanza del Maestro, no podían pensar en otra cosa que en la esperanza predominante de que El había venido a establecer un reino terrenal. En este cuadro no había forma de darle cabida a la muerte. La cruz era algo impensable.
Sorprendentemente, se encontrarían con un mendigo ciego que tendría un concepto más claro de la misión de Jesús que cualquiera de ellos. Cuando el ciego Bartimeo oyó que Jesús de Nazaret pasaba por Jericó, «dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» Dijo esto dos veces, a pesar de la reprensión de los discípulos. Uno debe preguntarse: ¿Cómo es posible que este mendigo callejero y ciego conozca que Jesús de Nazaret era el heredero del trono mesiánico de David? ¿Cómo conocía las «misericordias firmes de David»? [Is 55.3]. Como «Hijo de David» era uno de los nombres del Mesías, quizás lo escuchó en alguna conversación en la calle, pero, ¿cómo asoció las profecías de las misericordias firmes de David con Jesús para pedirle que tuviera misericordia y le sanara los ojos ciegos desde el nacimiento? Debemos entender que Dios de alguna manera se lo reveló, tal como lo hizo antes con el centurión que supo que Jesús podía sanar a la distancia con la sola palabra. Para buscar los temas en conjunto de «David» y «misericordia», véanse los pasajes siguientes: [Salmo 89.20–24]; [Isaías 55.3- 4]; y [Hechos 13.32–38].
Bartimeo no sabía la profecía de Jesús de Su muerte y resurrección inminentes. Desconocía el significado, que sepamos, de la muerte expiatoria y la resurrección de Cristo, pero sí sabía lo que profetizó el salmista y el profeta Isaías: Jesús sería el Mesías [Hijo de David] y tendría «misericordias firmes» para dar. Sabía bien que David había muerto hacía mucho tiempo y que ya había visto corrupción, pero al parecer sentía que el Hijo de David [Mesías] tendría poder y misericordia para terminar con su ceguera.
Pablo dice, en el sermón de [Hechos 13], que el hijo de David sería levantado de entre los muertos y que el Cristo resucitado otorgaría las misericordias firmes de David, entre las cuales se encuentran el perdón de los pecados y la sanidad de los enfermos. Ambas bendiciones se manifestarían en el ministerio de Pablo en Iconio y Listra.



¿En cuáles áreas tienes un deseo mayor de ver en acción el poder sanador de Dios?
Podemos tener la certeza de que aquel que murió por nuestros pecados y fue levantado para nuestra justificación, todavía le da a los que creen tanto la salvación del alma como la sanidad completa a los enfermos. Aquel que fue levantado en una cruz para morir por nuestro pecado y por nuestra culpa venció la muerte y el jucio de todos los creyentes. Este triunfo abarcó la experiencia de las «misericordias firmes» de David. Las «misericordias firmes» son los beneficios del reino donde el Cordero de Dios ya se ha convertido, espiritualmente, en el León de la tribu de Judá. Si está afligido, clama con fe: laquo;¡Hijo de David, ten misericordia de mí!» Él te contestará: «Tu fe te ha sanado».



Recuerda que la fe mueve montanas; montanas de las dudas del ser humano; Cristo ya ha vencido con todo eso en la cruz del calvario, pon en practica tu fe, que lo demas son cosas que estan debajo de tus pies.



Que el Senor te bendiga. AMEN!