martes, agosto 21, 2012

LA HIPOCRESÍA RELIGIOSA





Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa [Mateo 6:2]



El principio establecido en este versículo trata del móvil del creyente para actuar correctamente en las relaciones interpersonales con los demás.


1]- Si cualquier creyente, sea ministro o no, hace el bien por la admiración de los demás o por razones egoístas, perderá su recompensa y el reconocimiento de parte de Dios y demostrará que no es un cristiano verdadero, y en vez de eso aparecerá como un hipócrita, que bajo la apariencia de dar gloria a Dios, en realidad busca la gloria para sí mismo.


2]- Cristo se refiere a la justicia, es decir, las obras de caridad, en tres esferas:

Dar [vv 2-4]

orar [vv 5-8]

ayunar [vv16-18].


Su condenación a la justicia que se hace para ser visto por los demás pone en tela de juicio gran parte de la actividad cristiana contemporánea, incluso la competencia por la pomposidad, la publicidad del éxito personal, el espectáculo y la diversión en la iglesia, y el deseo de ser el primero y de esta manera contaminar a los demás.

¿ QUE ES LA HIPOCRESÍA?


HIPÓCRITA: El que pretende o finge ser lo que no es. Es una transcripción del vocablo griego (hypokriteis), que significaba actor o protagonista en el teatro griego. Los actores solían ponerse diferentes máscaras conforme al papel que desempeñaban. De ahí que hipócrita llegara a designar a la persona que oculta la realidad tras una “máscara” de apariencias.

En los días bíblicos, los actores se cubrían el rostro con una máscara, la cual incluía un dispositivo para amplificar la voz. Como los dramas se ejecutaban a través de preguntas y respuestas, la palabra que describe el diálogo era (hupokrinomai), replicar o contestar. (Hupokrites) es el que desempeña un papel en el drama, lee el guión o libreto, o el que monta un acto teatral. El hipócrita esconde sus verdaderos motivos debajo del disfraz que oculta su verdadera faz. Jesús censuraba severamente la hipocresía. En el Evangelio de Mateo, empleó la palabra quince veces [Mt 6.2, 5, 16]; [Mt 15.7]; [Mt 16.3]; [Mt 22.18]; [Mt 23.13–29]; [Mt 24.51], aplicándola especialmente a los escribas y fariseos que eran notables por su fingimiento religioso. El cristiano debe guardarse de caer en la hipocresía.

Pablo reprendió a Pedro por esta falta [Gl 2.11–14], y más tarde el propio Pedro exhorta a los cristianos a evitar el mismo error [1P 2.1].

La hipocresía es, constante o esporádicamente,
creencias, opiniones, virtudes, sentimientos, cualidades, o estándares que se exigen en las demás personas, y que la persona en realidad no tiene o no sigue. La hipocresía en sí es un tipo de mentira o pantalla de reputación; en otras palabras, muestra la cara y oculta el corazón, en algunos casos muestra la mitad de la cara.

La hipocresía puede venir del deseo de esconder de los demás motivos reales, o sentimientos. La hipocresía no es simplemente la inconsistencia entre aquello que se defiende y aquello que se hace.

Es decir, una persona hipócrita, es aquella que pretende que se vea la grandeza y bondad que construye con apariencias sobre sí misma, propagándose como ejemplo y pretendiendo o pidiendo que se actúe de la misma forma, además de que se glorifique su accionar, aunque sus fines y logros están alejados a la realidad.

La hipocresía, definida como la negativa a "aplicar en nosotros mismos, los mismos valores que aplicamos en otros", es uno de los males centrales en todas las esferas de nuestra sociedad, que promueve injusticias como la guerra y las desigualdades sociales en un marco de
autoengaño, que incluye la noción de que la hipocresía por sí misma es una parte necesaria o benéfica del comportamiento humano y la sociedad.
En muchos idiomas un hipócrita es alguien que esconde sus intenciones y verdadera personalidad.


I- LOS FARISEOS Y LOS SADUCEOS: ¿ QUIÉNES ERAN?


Los fariseos y saduceos eran los dos grupos religiosos más importantes en Israel en el tiempo de Jesús. Los fariseos tenían una mentalidad más religiosa, mientras que los saduceos se destacaban por ser más políticos. Ambos grupos no se aceptaban ni confiaban mutuamente, sin embargo, se aliaron en su enemistad hacia Jesús.


1]- LOS FARISEOS:


Comprometidos a obedecer todos los mandamientos de Dios. El pueblo los admiraba por su aparente piedad. Creían en la resurrección y en la vida eterna. Creían en ángeles y demonios. Actuaban como si sus propias reglas religiosas fueran tan importantes como las de Dios. Con frecuencia su piedad era hipócrita y obligaban a otros a intentar alcanzar niveles de conducta que ellos mismos no alcanzaban. Creían que la salvación era el producto de la obediencia perfecta a la Ley y no estaba basada en el perdón de pecados. Llegaron a ser tan obsesivos con la obediencia a la interpretación que daban a sus leyes en cada detalle, que hacían caso omiso del mensaje de la gracia y la misericordia de Dios


2]- LOS SADUCEOS:


La creencia en la Palabra de Dios se limitaba a los cinco primeros libros de la Biblia: De Génesis a Deuteronomio. Eran más prácticos que los fariseos. Se preocupaban más de aparentar piedad que de obedecer a Dios. Enfatizaban lo lógico y daban poca importancia a la fe. No creían que todo el Antiguo Testamento fuera Palabra de Dios

No creían ni en la resurrección ni en la vida eterna. No creían ni en ángeles ni en demonios. Con frecuencia estaban dispuestos a transigir con los romanos y otros en cuanto a valores a fin de mantener su nivel social e influencia.

II- ¡AY DE VOSOTROS FARISEOS HIPÓCRITAS! [Mateo 23]


Las palabras de Jesús constituyen su más severa denuncia. Estas iban dirigidas contra los dirigentes religiosos y los falsos maestros que habían rechazado por lo menos una parte de la Palabra de Dios y la habían reemplazado con y por sus propias ideas e interpretaciones [Mt 23:28]; [Mt 15:3,6-9]; [Mr 7:6-9]. Hoy en día no estamos muy lejos de aquella realidad que le tocó vivir a Jesús.

Los Fariseos cumplían los ritos religiosos de manera teatral para ser reconocidos por otras personas, no para agradar a Dios.

- Daban limosnas, no sólo para ayudar al pobre, sino para ser ensalzados por los demás [Mateo 6:2]

- Oraban en la sinagoga y en público para ser vistos por otros [Mateo 6:5]

- Cuando ayunaban se veían desarreglados y demacrados para dar la impresión de espiritualidad [Mateo, 6:16]

- Diezmaban de los productos de la despensa, pero se confundían en temas profundos de la Ley [Mateo 23:23]

- Limpiaban la parte exterior del vaso, pero no adentro [Mateo 23:25]; [Marcos 7:1-8]

- Se sentían auto-justificados [Mateo 23:29-30]

- No dejaban a otros entrar en el Reino [Mateo 23:13-15]

- Trataban de atrapar a Jesús con preguntas capciosas, no por una verdadera búsqueda de la sabiduría [Mateo 22:15-22]

- Tenían un lugar especial en el infierno [Mateo 24:51]

- Eran sepulcros blanqueados llenos de impurezas [Mateo 23:27]

1]- Debe notarse el espíritu de Jesús. No es el espíritu tolerante, condescendiente y acomodativo de alguien que no se interesa por la fidelidad a Dios y a su Palabra. Cristo no fue un predicador débil que toleraba el pecado y la corrupción de los que ocupaban altas posiciones [Mt 23:23-25], debido a que era fiel a su llamamiento.

2]- El amor de Jesús por las Escrituras inspiradas de su Padre, así como su interés por los que eran destruidos por la distorsión de ellas [Mt 15:2-3]; [Mt 18:6-7]; [Mt 23:13,15], era tan grande que hicieron que É l empleara palabras como “hipócritas”[Mt 23:15]; “hijo del infierno” [Mt 23:15]; “guías ciegos”[Mt 23:16]; insensatos”[Mt 23:17]; “robo e injusticia”[Mt 23:25]; “sepulcros blanqueados” e “inmundicia” [Mt 23:27]; “llenos de hipocresía e iniquidad” [Mt 23:28]; “serpientes”, “generación de víboras” [Mt 23:33], y “asesinos” [Mt 23:34].

Esas palabras, aunque severas y condenatorias, las pronunció con un corazón quebrantado [Mt 23:37]; aquel que murió por aquellos a quienes las dirigió [Jn 3:16]; [Ro 5:6-8].

3]- Jesús describe el carácter de los predicadores y maestros falsos como el de ministros que procuran ser populares e importantes, y ser “vistos por los hombres” [Mt 23:5]. Falsos apóstoles, obreros fraudulentos; con un evangelio torcido que engañan a la gente con su arrogancia; y les encanta los honores y los títulos, que aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas [templo-iglesias], y las salutaciones en las plazas [vía publica], y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí [apóstol-profeta] y cuanto títulos tengan [Mt 23:5-8]; a é stos que les gusta hablar mucho del reino de Dios, sin embargo le cierran la puerta del reino de Dios a los pobres, a los necesitados, a los quebrantados, a los que padecen necesidades y ni se atreven a alivianar la carga de aquellos desprotegidos. Jesús dijo: [Mt 23:8] pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. En otras palabras la hipocresía religiosa es, decir, y no hacer. En la mayoría de los casos los hipócritas religiosos nunca hacen lo que Dios les ordena que hagan.

Los hipócritas son religiosos profesionales que parecen espirituales y piadosos [2Ti 3:5], y que en realidad son injustos [Mt 23:14, 25,27]. Hablan bien de los dirigentes espirituales piadosos del pasado, pero no siguen sus costumbres ni su consagración a Dios, a su Palabra y a su justicia. El cuadro se repite hoy en día como en la antigüedad.

4]- La Palabra de Dios sugiere y ordena a los creyentes que se cuiden de esos falsos dirigentes religiosos [Mt 7:15]; [Mt 24:11], que los consideren incrédulos [Gá 1:9], y se nieguen a respaldar su ministerio o a tener comunión con ellos [2Jn 9-11]; en otras palabras, el verdadero creyente no los respalda.

5]- Los miembros de la iglesia que, en nombre del amor, de la tolerancia o de la unidad, se niegan a manifestar el espíritu y la actitud de Jesucristo hacia los que tuercen la enseñanza original de Cristo y las Escrituras [Mt 7:15]; [Gá 1:6-7]; [2Jn 9], participan de las obras malas de los profetas y maestros corruptos del evangelio torcido [2Jn 10-11]; en otras palabras, quiere decir que son cómplices de los corruptos del evangelio y sus obras infructuosas de las tinieblas.


III- NO TOQUÉIS TROMPETA, DIOS LO VE TODO, ÉL TE RECOMPENSARÁ EN PÚBLICO [Mt 6:2]


El término hipócrita, según se usa aquí, se refiere a la persona que hace buenas obras solo por apariencia, no por compasión ni ningún otro motivo bueno. Sus acciones pueden ser buenas pero sus motivos son malos. Esos actos vacíos son su recompensa, mientras que Dios premiará a los que son sinceros en su FE, por la FE y para la FE.

1]- [Mt 6:1] Primeramente, Jesús advierte que hay una manera incorrecta de hacer nuestras “obras de misericordia”. Parece increíble que alguien tuviera tanto afán de obtener la atención de otros que llevara a una persona para “tocar una trompeta” (ser visto por los demás), justo en el momento de realizar un acto de misericordia para asegurar que el mayor número posible de personas prestara atención. Por supuesto, Jesús no critica el acto de misericordia, ni el lugar, sino la manera y la intención. Normalmente, habría mucha gente en las sinagogas (iglesias-templos) y en las calles (vía pú blica). La mayoría de las veces los hipócritas, a mayor cantidad de personas, mayor es su hipocresía y mejor es su actuación o shows.

Cuando Jesús dice “no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”, quiere significar que nuestros motivos para dar deben ser puros. Es fácil dar con motivos mixtos, hacer algo en favor de alguien, si nos va a beneficiar en alguna manera. Los creyentes debieran evitar todo artificio y dar solo por la satisfacción de dar y así responder al amor de Dios. Es muy importante hacerse la pregunta: ¿Cuál serí a la motivación de un creyente al dar o hacer algo por los demás?

2]- [Mt 6:2-4] Es muy fácil dar por reconocimiento y alabanza. Para asegurarnos de que nuestros motivos no son y no sean egoístas debiéramos realizar nuestras buenas obras quieta y silenciosamente (sin tocar trompeta), sin esperar recompensa. Jesús dice que debemos revisar nuestros motivos en cuanto a generosidad [Mt 6:4], oración [6:6] y ayuno [6:18]. Estas obras no deben ser egocéntricas, sino teocéntricas, y no para hacernos lucir bien, sino para hacer a Dios lucir bien. La recompensa que Dios promete no es material y nunca es dada a los que la buscan. Hacer algo solo para nosotros no es un sacrificio de amor. Cuando el creyente tenga la oportunidad de hacer una buena obra, debe hacerse la pregunta: ¿Haría esto aunque nadie lo supiera?

El énfasis está en el hecho de que Dios todo lo ve. No solamente ve la obra de misericordia, sino que observa la intención del corazón y la manera en que el creyente realiza la obra [1Samuel 16:7]. Nosotros miramos y juzgamos los hechos mayormente por las apariencias visibles, o exteriores. Dios no tiene tales límites. Esta verdad bíblica debe ser una fuente de consolación y paz para el creyente sincero.


IV- EL CREYENTE EN LA ORACIÓN [Mt 6:5-8];


Jesús señala la manera de orar que no es aceptable por Dios, luego la manera que agrada al Padre y finalmente presenta un modelo de oración que incluye los elementos y actitudes que agradan a Dios. Jesús no tenía que mandarles a orar, pues era una práctica común de los judíos. Daba por sentado que oraban normalmente tres veces al día, por lo menos. No tenía que mandarles a orar, pero tuvo que enseñarles a no orar como los hipócritas. No es tan importante el hecho de que ellos orasen en tal o cual lugar, o de diferentes posturas, de pie, sentados o de rodillas. Tenemos oraciones en las calles (vía publica) y en las sinagogas (templos) que agradan a Dios. El énfasis está puesto sobre la intención y la manera de su oración. Los hipócritas amaban los lugares más conspicuos (ilustre, visible, sobresaliente), y donde había más personas para admirar su piedad. No solamente oraban en la calle, sino que se apresuraban para llegar a la esquina de las calles más importantes justo cuando era la hora establecida para orar.
Tenían la intención de obtener la atención y aplauso de las multitudes (mega iglesias); lo mismo ocurre hoy en día con los falsos apóstoles y profetas. Hacían de las calles y sinagogas sus teatros donde podían actuar; a mayor cantidad de gente, mejor la actuación. Al lograrlo, ya tenían toda su recompensa.

Ahora Jesús descubre todo el mal del corazón de la falsedad religiosa; y enseña todo lo contario en contraste con la ostentación pública de parte de los hipócritas. Jesús nos enseña que busquemos un lugar privado, secreto, donde sólo Dios nos vería, indicando que se trata de una oración personal, no colectiva. Significa que la oración debe dirigirse a Dios con el fin de agradarlo a él, y no a las multitudes. Dirigirse a Dios, y solamente a él, en la oración, en privado y en público, requiere una disciplina rigurosa y un motivo puro. El creyente tiene que decidir de una vez si su principal motivo es el de agradar a Dios, o a las multitudes. Jesús no quiso indicar que la oración pública no fuera aceptable a Dios. Jesús mismo oraba en público y también los apóstoles, pero todos ellos mantenían una sólida vida de oración en privado que aseguraba que su motivo era puro al orar en público.
En los [vv. 7 y 8], Jesús vuelve a señalar una práctica ineficaz e inaceptable para Dios en la oración: La vana repetición.
Explica por qué tal práctica es vana e innecesaria. La razón es que oramos a un Dios que ya sabe todo y que está predispuesto a oírnos y socorrernos. Dos acotaciones importantes surgen de estos dos versículos:


1]- Jesús no prohíbe repetir una oración. Jesús oró tres veces en el huerto de Getsemaní esencialmente la misma oración. Jesús alabó la persistencia en la oración en la parábola de la viuda inoportuna [Luc. 18:1–8]. También el apóstol Pablo oró tres veces para que Dios quitara el aguijón en la carne [2Cor. 12:7, 8]. El número tres probablemente debe entenderse no en el sentido estrictamente literal, sino como muchas veces. El énfasis en el [v. 7] no recae sobre “repeticiones”, sino sobre “vanas palabras” sin sentido. Muchas veces las palabras sin sentido no llegan al cielo.

2]- El hecho de que vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que pidáis [v.8] no significa que no debemos expresar nuestras necesidades. Por lo contrario, el hecho de que oramos a un Dios que ya sabe todo, debe ser un fuerte aliciente para orar más frecuentemente y con más confianza.


V- EL CREYENTE EN EL AYUNO [Mt 6:16-18].


Jesús sabí a que los discípulos ayunaban, pues era una costumbre común entre los judíos. Todavía se practica generalmente en el oriente, entre judíos y musulmanes. El ayuno duraba desde la salida hasta la puesta del sol. [Levítico 16:31] sirve como texto básico para los judíos, pero el ayuno era obligatorio solamente durante el Día de Expiación. A pesar de esto, los fariseos ayunaban dos veces a la semana, considerando que era evidencia de una piedad extraordinaria [Luc. 18:12]. También Jesús ayunó al comienzo de su ministerio [Lc 4:2). La iglesia primitiva practicaba el ayuno [Hch. 13:1–3]; [1Cor. 7:5]. En este párrafo Jesús no discute la práctica del ayuno, cuando al hacerlo hay un motivo y una manera correctos para realizarlo.

Jesús desea ilustrar el contraste entre la práctica de la piedad por parte de los líderes religiosos de su día, por un lado, y de los hijos del reino, por otro lado. Cuando los líderes ayunaban, su propósito era el de hacer un espectáculo de su pretendida piedad, de aparentar dolor, tristeza, abnegación (hipocresía). Era un verdadero show para atraer la atención de la gente. Lo mismo ocurre hoy con los obreros fraudulentos y los lí deres religiosos. Los discípulos del reino, cuando ayunan, deben hacerlo con el propósito de agradar a Dios, no a los hombres; ayunar por los demás y no para ser vistos. Deben evitar toda ostentación, todo deseo de aparentar una cosa que no representaba la verdad, o sea, deben evitar la hipocresía. El verdadero creyente debe practicar su piedad con gozo, con la intención de agradar al Padre y traer gloria a su nombre. Solamente así recibirá la recompensa que Dios reserva para los fieles. En último caso, todo creyente tiene la sencilla opción entre dos alternativas: Ser hipócrita y recibir el aplauso del mundo, o ser auténtico y recibir la recompensa de Dios.


CONCLUSIÓN:

No es necesariamente malo desear tener la atención y aprobación de los semejantes, siempre y cuando ese deseo esté claramente subordinado al deseo de tener la atención y aprobación de Dios, y que Dios sea glorificado. Jesús mismo insinúa este principio en [Mateo 5:16]. La consecuencia de buscar afanosamente la aprobación de otros es perder la aprobación de Dios. El cristiano debe ser transparente, cuidándose de no caer en hipocresía, ni querer parecerse a los supuestos grandes del evangelio, falsos [apóstoles y profetas], [fariseos-saduceos]. Hay un mal muy contagioso dentro del cristianismo que se llama imitación; la mayoría de las personas todo lo imitan; lo mismo que hizo Lucifer ante Moisés, con señales mentirosas de imitación.


[Mateo 6:1-2,5,16]: Hipócritas son las personas que pasan a través de rituales de adoración y servicio, pero su propósito no es dar honor a Dios, sino recibir el honor para sí mismos y satisfacer los deseos de otros.

[Mateo 23:25-28]: La gente es hipócrita cuando exteriormente pretenden ser justos, pero realmente no están deseando hacer las obras de justicia. Son como un sepulcro en un cementerio: un paisaje hermosísimo en la superficie, pastos verdes, árboles, flores, pero llenos de podredumbre, gusanos y corrupción debajo.


!Gracia y Paz del Señor!



 





















 











 



 



 



 



 

miércoles, agosto 08, 2012

EL DESTINO ETERNO DE LAS PERSONAS


Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan
[Mateo 7:13-14].
Cristo enseño que no se debe esperar que la mayoría lo siga en el camino que lleva a la vida.
1]- Relativamente pocos entran por la humilde puerta del arrepentimiento genuino y se niegan a sí mismos para seguir a Jesucristo, esforzándose sinceramente por obedecer sus mandamientos, buscando de veras su reino y su justicia, y perseverando hasta el fin en la FE verdadera, la pureza y el amor.
2]- En el sermón del monte, Jesús describe las grandes bendiciones que acompañan al discipulado en el reino de Dios [Mt 5:3-12], pero también insiste en que sus discípulos no escaparáde la persecución [Mt 5:10-12]. Además contrario a lo que predican los evangelistas de turno al afirmar que salvarse es una de las avenidas más fáciles del mundo, Jesús enseñó que seguirlo a Él implica serias obligaciones con respecto a la justicia, a la aceptación de la persecución, al amor por los enemigos y a la negación de sí mismo.

EL CONCEPTO DEL DESTINO ETERNO

En la fe cristiana se usa los términos “el cielo” y “el infierno” para indicar los dos destinos que existen para el hombre. Muchos, sin embargo, no entienden el significado real de ellos. Fuera del cristianismo hay millones que tienen poco interés en estos conceptos, pues la mayoría de los pueblos del mundo no creen en la vida después de la muerte. Por otra parte, muchos de los que aceptan la doctrina pierden la gloria de ella por la idea de la reencarnación.
¿Qué es el destino de los seguidores de Cristo y dónde pasará n la eternidad los incrédulos? Nos conviene buscar en las Sagradas Escrituras las respuestas a preguntas tan significativas y pertinentes.
El Nuevo Testamento presenta el tema de los cielos como la morada de Dios y sus ángeles. Satanás ha sido lanzado fuera de los cielos [Lc 10:18]. Jesús descendió a la tierra desde el cielo a través de la virgen María [Juan 3:13]; [6:31, 41, 51, 58].
La existencia en los cielos se llama en la Biblia “vida eterna”, pues procede del Padre y de Jesús mismo [Juan 17:3]. Esta vida no es una prolongación de la vida actual, sino que es de una calidad divina que durará para siempre [Juan 3:16]. Ella es la dádiva de Dios para los hombres de fe, aunque no la merecen por sus buenas obras [Rom. 6:23]. Esta vida se llama también salvación, y ella se recibe cuando los hombres depositan toda su fe en Dios, a través de Cristo [Ef. 2:8, 9].
En realidad, el cristiano experimenta por anticipado el gozo del cielo en la vida actual. La vida eterna no es lo que Dios nos da cuando morimos, sino la nueva vida de la eternidad que nos regala en el momento cuando nos rendimos al señorío de Jesucristo. El verdadero discípulo de Cristo ya tiene la vida del cielo, y goza de la
presencia inmediata del Espíritu de Dios, como se enseña en [Juan 22], [Hechos 2], [Romanos 8], entre otros.
El destino eterno de los hijos de Dios es aún más que eso. Pablo lo expresa así: “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su cuerpo de gloria, según la operación de su poder, para sujetar también a sí mismo todas las cosas” [Fil. 3:20, 21].
El apóstol también llama nuestro hogar celestial, “la Jerusalén de arriba” [Gál. 4:26], y así nos enseña que el destino eterno de los creyentes será un lugar de compañerismo supremo y adoración contí nua.
Con la excepción del Apocalipsis, la carta a los Hebreos trata más que otros del lugar permanente de los fieles seguidores de Cristo. Bajo las figuras del “trono de Dios”, “el tabernáculo original del cielo” y “la ciudad eterna”, el autor nos instruye acerca del cielo como la perfección que Dios tiene para nosotros.
El trono se refiere al trono de la majestad y soberanía de Dios [Heb. 1:8]; [Heb 4:16]; [Heb 8:1]; [Heb 12:2]. Actualmente podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, alcanzar la misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Si podemos acercarnos al trono del Padre ahora, ¡cuánto más podremos hacerlo en la eternidad!
El tabernáculo en el libro de Hebreos se refiere a la habitación provisional de Dios en el pasado, y también a la morada permanente que Dios ocupa en el cielo. Puesto que Jesús nos hizo sacerdotes para Dios, servimos y adoramos en el tabernáculo eterno del Padre [Heb. 8:2]; [Heb 9:11, 12, 24]. También se alude a la ciudad celestial en la epístola a los Hebreos. “Porque aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la que ha de venir” [Heb. 13:14]. Aun Abraham “esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” [Heb. 11:10]. Muchos de los justos del pasado anhelaban una ciudad mejor, esto es, celestial: “Por eso Dios no se avergüenza de llamarse el Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” [Heb. 11:16]. Esta ciudad se identifica de la siguiente manera: sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos
[Heb. 12:22, 23]. Lo significativo de la figura de la ciudad como el destino de los creyentes es la idea de comunidad, la unidad y el sentido de una familia grande viviendo en compañerismo y gozo, sin el peligro de tener que separarse por la muerte, la guerra u otros conflictos.
Cuando estudiamos las enseñanzas del Apocalipsis descubrimos que no hay otro libro que nos apunta tanto hacia los cielos como el destino sin fin de los creyentes en Cristo. Juan nos revela sus visiones del cielo, y nos muestra el triunfo final de Cristo sobre todos sus enemigos. Localizado centralmente en el cielo está el trono de Dios y Jesús, así como el Cordero inmolado. Alrededor del trono había veinticuatro tronos con los veinticuatro ancianos sentados en ellos, y vestidos de ropas blancas y con coronas de oro en sus cabezas.
Todo el vocabulario que Juan emplea para pintar su visión del cielo es resplandeciente con lo más glorioso que el intelecto humano es capaz de comprender [Apoc. 4-5]. La iglesia se describe en el último libro como la esposa de Cristo, y la culminación del relato es la cena de las bodas del Cordero [Apoc. 19:9].
Juan también enseña que el destino eterno de los creyentes es la santa ciudad, la nueva Jerusalén, teniendo la gloria de Dios. Ésta desciende del cielo “preparada como una novia adornada para su esposo” [Apoc. 21:2]. El primer cielo y la primera tierra pasarán y se ve un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo mejor es que “el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo” por toda la eternidad [Apoc. 21:3]. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron” [Apoc. 21:4]. La descripción de la Jerusalén nueva simboliza lo máximo de belleza, entrada amplia para todos, los cimientos permanentes y un área perfecta [Apoc. 21:9–27].
El cuadro que Juan pinta del destino eterno de los renacidos en Cristo es el del hombre gozando de la comunión y la felicidad absoluta en la presencia inmediata de Dios.
Hasta aquí se ha presentado el estado permanente de los creyentes,
Pero ¿qué de los perdidos, o sea los que rechazaron a Dios durante la vida terrenal? En realidad hay teólogos, predicadores y muchos más que no quieren aceptar las enseñanzas de la Biblia sobre el castigo eterno. Sin embargo, esta doctrina es bastante clara, y se debe enseñ ar siempre, pues Jesús, Pedro y Juan nos instruyen ampliamente sobre este tema.
El estado de los que no son salvos es el de un castigo continuo. El infierno es presentado por Jesús en los evangelios y el Apocalipsis como la experiencia del tormento eterno. En la historia del rico y Lázaro, Cristo hace notar claramente el contraste enorme entre el mendigo creyente y el rico incrédulo cuando llegan a su destino después de la muerte [Lc 16:22-24].
Es importante también que nos fijemos en el hecho de que el purgatorio no se menciona en el Nuevo Testamento. La verdad es que la palabra no se encuentra en la Biblia. Hay muchas personas que creen que no van al infierno, sino al purgatorio. Tal enseñanza es sumamente peligrosa, pues da la idea de que hay tres destinos para los hombres después de la muerte. En realidad, Cristo enseñó que existen solamente dos: el infierno y el cielo.
El juicio de Dios permanece sobre los malhechores por toda la eternidad. La única esperanza que tenemos es recibir al Hijo de Dios como nuestro sustituto, Salvador y obedecerle como Señor. Él ya experimentó el juicio del Padre en la cruz, y ahora se ofrece a sí mismo y su justicia a todos los que en él crean. La idea principal del Nuevo Testamento en cuanto al infierno es que éste consiste en la separación eterna del amor y la gracia de Dios. Esto sí es tormento, es peor que las llamas, la sed y las memorias del remordimiento para siempre. El infierno es tan horrible y el amor de Dios es tan extenso que el Padre envió a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda en el juicio contra el pecado, mas tenga vida eterna [Juan 3:16].
Cristo se ofrece así mismo como intermediario para la reconciliación del hombre con Dios Padre; Él se ofrece así mismo como el camino que lleva a la vida eterna. Solo es la decisión del hombre de aceptarlo o rechazarlo.
Mientras hay vida hay esperanza para el hombre [Ecl 9:4], después de la muerte sin Cristo, queda una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego, para los que no creen en Jesús.

¡ Gracia y Paz del Señor!