miércoles, agosto 08, 2012

EL DESTINO ETERNO DE LAS PERSONAS


Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan
[Mateo 7:13-14].
Cristo enseño que no se debe esperar que la mayoría lo siga en el camino que lleva a la vida.
1]- Relativamente pocos entran por la humilde puerta del arrepentimiento genuino y se niegan a sí mismos para seguir a Jesucristo, esforzándose sinceramente por obedecer sus mandamientos, buscando de veras su reino y su justicia, y perseverando hasta el fin en la FE verdadera, la pureza y el amor.
2]- En el sermón del monte, Jesús describe las grandes bendiciones que acompañan al discipulado en el reino de Dios [Mt 5:3-12], pero también insiste en que sus discípulos no escaparáde la persecución [Mt 5:10-12]. Además contrario a lo que predican los evangelistas de turno al afirmar que salvarse es una de las avenidas más fáciles del mundo, Jesús enseñó que seguirlo a Él implica serias obligaciones con respecto a la justicia, a la aceptación de la persecución, al amor por los enemigos y a la negación de sí mismo.

EL CONCEPTO DEL DESTINO ETERNO

En la fe cristiana se usa los términos “el cielo” y “el infierno” para indicar los dos destinos que existen para el hombre. Muchos, sin embargo, no entienden el significado real de ellos. Fuera del cristianismo hay millones que tienen poco interés en estos conceptos, pues la mayoría de los pueblos del mundo no creen en la vida después de la muerte. Por otra parte, muchos de los que aceptan la doctrina pierden la gloria de ella por la idea de la reencarnación.
¿Qué es el destino de los seguidores de Cristo y dónde pasará n la eternidad los incrédulos? Nos conviene buscar en las Sagradas Escrituras las respuestas a preguntas tan significativas y pertinentes.
El Nuevo Testamento presenta el tema de los cielos como la morada de Dios y sus ángeles. Satanás ha sido lanzado fuera de los cielos [Lc 10:18]. Jesús descendió a la tierra desde el cielo a través de la virgen María [Juan 3:13]; [6:31, 41, 51, 58].
La existencia en los cielos se llama en la Biblia “vida eterna”, pues procede del Padre y de Jesús mismo [Juan 17:3]. Esta vida no es una prolongación de la vida actual, sino que es de una calidad divina que durará para siempre [Juan 3:16]. Ella es la dádiva de Dios para los hombres de fe, aunque no la merecen por sus buenas obras [Rom. 6:23]. Esta vida se llama también salvación, y ella se recibe cuando los hombres depositan toda su fe en Dios, a través de Cristo [Ef. 2:8, 9].
En realidad, el cristiano experimenta por anticipado el gozo del cielo en la vida actual. La vida eterna no es lo que Dios nos da cuando morimos, sino la nueva vida de la eternidad que nos regala en el momento cuando nos rendimos al señorío de Jesucristo. El verdadero discípulo de Cristo ya tiene la vida del cielo, y goza de la
presencia inmediata del Espíritu de Dios, como se enseña en [Juan 22], [Hechos 2], [Romanos 8], entre otros.
El destino eterno de los hijos de Dios es aún más que eso. Pablo lo expresa así: “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su cuerpo de gloria, según la operación de su poder, para sujetar también a sí mismo todas las cosas” [Fil. 3:20, 21].
El apóstol también llama nuestro hogar celestial, “la Jerusalén de arriba” [Gál. 4:26], y así nos enseña que el destino eterno de los creyentes será un lugar de compañerismo supremo y adoración contí nua.
Con la excepción del Apocalipsis, la carta a los Hebreos trata más que otros del lugar permanente de los fieles seguidores de Cristo. Bajo las figuras del “trono de Dios”, “el tabernáculo original del cielo” y “la ciudad eterna”, el autor nos instruye acerca del cielo como la perfección que Dios tiene para nosotros.
El trono se refiere al trono de la majestad y soberanía de Dios [Heb. 1:8]; [Heb 4:16]; [Heb 8:1]; [Heb 12:2]. Actualmente podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia, alcanzar la misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Si podemos acercarnos al trono del Padre ahora, ¡cuánto más podremos hacerlo en la eternidad!
El tabernáculo en el libro de Hebreos se refiere a la habitación provisional de Dios en el pasado, y también a la morada permanente que Dios ocupa en el cielo. Puesto que Jesús nos hizo sacerdotes para Dios, servimos y adoramos en el tabernáculo eterno del Padre [Heb. 8:2]; [Heb 9:11, 12, 24]. También se alude a la ciudad celestial en la epístola a los Hebreos. “Porque aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la que ha de venir” [Heb. 13:14]. Aun Abraham “esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” [Heb. 11:10]. Muchos de los justos del pasado anhelaban una ciudad mejor, esto es, celestial: “Por eso Dios no se avergüenza de llamarse el Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad” [Heb. 11:16]. Esta ciudad se identifica de la siguiente manera: sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos
[Heb. 12:22, 23]. Lo significativo de la figura de la ciudad como el destino de los creyentes es la idea de comunidad, la unidad y el sentido de una familia grande viviendo en compañerismo y gozo, sin el peligro de tener que separarse por la muerte, la guerra u otros conflictos.
Cuando estudiamos las enseñanzas del Apocalipsis descubrimos que no hay otro libro que nos apunta tanto hacia los cielos como el destino sin fin de los creyentes en Cristo. Juan nos revela sus visiones del cielo, y nos muestra el triunfo final de Cristo sobre todos sus enemigos. Localizado centralmente en el cielo está el trono de Dios y Jesús, así como el Cordero inmolado. Alrededor del trono había veinticuatro tronos con los veinticuatro ancianos sentados en ellos, y vestidos de ropas blancas y con coronas de oro en sus cabezas.
Todo el vocabulario que Juan emplea para pintar su visión del cielo es resplandeciente con lo más glorioso que el intelecto humano es capaz de comprender [Apoc. 4-5]. La iglesia se describe en el último libro como la esposa de Cristo, y la culminación del relato es la cena de las bodas del Cordero [Apoc. 19:9].
Juan también enseña que el destino eterno de los creyentes es la santa ciudad, la nueva Jerusalén, teniendo la gloria de Dios. Ésta desciende del cielo “preparada como una novia adornada para su esposo” [Apoc. 21:2]. El primer cielo y la primera tierra pasarán y se ve un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo mejor es que “el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él habitará con ellos; y ellos serán su pueblo” por toda la eternidad [Apoc. 21:3]. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron” [Apoc. 21:4]. La descripción de la Jerusalén nueva simboliza lo máximo de belleza, entrada amplia para todos, los cimientos permanentes y un área perfecta [Apoc. 21:9–27].
El cuadro que Juan pinta del destino eterno de los renacidos en Cristo es el del hombre gozando de la comunión y la felicidad absoluta en la presencia inmediata de Dios.
Hasta aquí se ha presentado el estado permanente de los creyentes,
Pero ¿qué de los perdidos, o sea los que rechazaron a Dios durante la vida terrenal? En realidad hay teólogos, predicadores y muchos más que no quieren aceptar las enseñanzas de la Biblia sobre el castigo eterno. Sin embargo, esta doctrina es bastante clara, y se debe enseñ ar siempre, pues Jesús, Pedro y Juan nos instruyen ampliamente sobre este tema.
El estado de los que no son salvos es el de un castigo continuo. El infierno es presentado por Jesús en los evangelios y el Apocalipsis como la experiencia del tormento eterno. En la historia del rico y Lázaro, Cristo hace notar claramente el contraste enorme entre el mendigo creyente y el rico incrédulo cuando llegan a su destino después de la muerte [Lc 16:22-24].
Es importante también que nos fijemos en el hecho de que el purgatorio no se menciona en el Nuevo Testamento. La verdad es que la palabra no se encuentra en la Biblia. Hay muchas personas que creen que no van al infierno, sino al purgatorio. Tal enseñanza es sumamente peligrosa, pues da la idea de que hay tres destinos para los hombres después de la muerte. En realidad, Cristo enseñó que existen solamente dos: el infierno y el cielo.
El juicio de Dios permanece sobre los malhechores por toda la eternidad. La única esperanza que tenemos es recibir al Hijo de Dios como nuestro sustituto, Salvador y obedecerle como Señor. Él ya experimentó el juicio del Padre en la cruz, y ahora se ofrece a sí mismo y su justicia a todos los que en él crean. La idea principal del Nuevo Testamento en cuanto al infierno es que éste consiste en la separación eterna del amor y la gracia de Dios. Esto sí es tormento, es peor que las llamas, la sed y las memorias del remordimiento para siempre. El infierno es tan horrible y el amor de Dios es tan extenso que el Padre envió a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda en el juicio contra el pecado, mas tenga vida eterna [Juan 3:16].
Cristo se ofrece así mismo como intermediario para la reconciliación del hombre con Dios Padre; Él se ofrece así mismo como el camino que lleva a la vida eterna. Solo es la decisión del hombre de aceptarlo o rechazarlo.
Mientras hay vida hay esperanza para el hombre [Ecl 9:4], después de la muerte sin Cristo, queda una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego, para los que no creen en Jesús.

¡ Gracia y Paz del Señor!