viernes, julio 16, 2010

NO DAR LUGAR AL DIABLO

(1Juan 1.5-9) Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

El pecado puede destruir nuestra fe en la seguridad eterna. Dios prometió que cualquiera que cree que Jesucristo murió en la cruz por su pecado, vivirá para siempre en el cielo (Jn 6.40). Pero, debido a que el pecado no confesado crea una barrera entre el Señor y el creyente, le da lugar al diablo y por ende derecho legal en cualquier ámbito de nuestra vida y produce un cortocircuito en la fe y la seguridad de salvación.

Cuando un creyente confiesa su pecado, el Padre celestial perdona y limpia a su hijo (1Jn 1.9). Pero si el cristiano no reconoce su pecado, experimentará un alejamiento de Dios. Podrá sentirse indigno del amor del Padre, e incluso luchar con un sentimiento de rechazo y un sentimiento de derrota, y como consecuencia apagará al Espíritu. Pregunte a quienes se encuentran en esta situación si están seguros de su futuro eterno, y probablemente escuchará: "Antes sí". A veces irán tan lejos diciendo que ya no son salvos; pero eso es imposible. Aunque podemos perder nuestra seguridad, no podemos perder jamás nuestra salvación o nuestro lugar en el cielo; y para ello se debe luchar y perseverar (Mt 24.13). No hay nada más bello que un creyente en Jesús se sienta seguro de su salvación y luche por su salvación, manteniéndose en santidad (Heb 12.14).

Muchas veces, las personas confunden la mano correctiva del Señor con la condenación. Dicen: "Dios no me haría pasar por esto si fuera salvo". En realidad, es todo lo contrario. El Padre celestial disciplina a quienes Él ama, por lo que la corrección es prueba de que somos sus hijos (He 12.6, 7). El castigo es su manera de hacer volver al creyente descarriado. El castigo o la corrección de nuestro Padre Celestial son para nuestro provecho; y por ende es muy necesario. La corrección nos disciplina nos hace cada vez mejores creyentes, y de esta manera dar un buen testimonio al mundo, y por sobre todas las cosas para participar de su santidad (Heb 12.10).

El Señor Jesús es nuestro Abogado delante de Dios. Al igual que los sumos sacerdotes del antiguo Israel, Él expía nuestros pecados por medio del sacrificio: con su muerte en la cruz. Nuestros pecados no pueden hacer desaparecer su gracia. En el momento que confesamos nuestro pecado, el distanciamiento desaparece y la seguridad vuelve de nuevo y en abundancia a nuestros corazones. No guardes pecados ocultos y rencores no confesados; no des lugar al diablo, no dejes que te atormente con sus mentiras.

!Que el Señor nos bendiga¡