miércoles, abril 04, 2012

DIOS NOS HABLA POR SU HIJO


En estos postreros días NOS HA HABLADO POR EL HIJO, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo [Hebreos 1:2]

Estos versículos establecen un tema muy importante de esta carta: En el pasado Dios empleó a los profetas como su principal instrumento de revelación, pero ahora ha hablado o se ha revelado por medio de su Hijo Jesucristo, que es supremo sobre todas las cosas. La Palabra de Dios por medio de su Hijo es terminante; cumple y trasciende todas las palabras previas de Dios. No hay nadie en absoluto, ni los profetas [v1], ni los ángeles [v4], que tenga mayor autoridad que Cristo. Él es el único camino a la salvación eterna y el único mediador entre Dios y los hombres.

“En estos postreros días” para los judíos era una expresión escatológica, significando en los días del Mesías  [Is. 2:2]; [Mi. 4:1].



I – LA REVELACION ES EL HIJO:

Notemos que ahora “nos ha hablado” a nosotros, “por el Hijo”: Toda la revelación del Antiguo Testamento converge en Él. Todas las voces de los profetas ahora se unen en una sola voz, la del Señor Jesús.

La revelación anterior ha quedado totalmente superada al venir Cristo, pues no era meramente parte de la verdad, sino la personificación de ella en su totalidad. Él es la revelación definitiva, completa y perfecta. En vez de ser temporaria, es permanente; en lugar de ser preparatoria es final; y no viene a través de subordinados sino que está encarnada en Él  [Jn. 1:18].

La palabra central aquí es “Hijo”, y como en el griego original no se usa el artículo definido, sugiere más su carácter que su persona, lo que es, antes de quién es. Es Dios mismo hablándonos; su Palabra entre nosotros.

Hay nada menos que nueve referencias a Cristo como Hijo en Hebreos, de las que tres se encuentran aquí [Heb 1:2, 5, 8]; [3:6]; [4:14]; [5:8]; [6:6]; [7:28]; [10:29]. Todo lo que Dios quiso que supiéramos acerca de Sí mismo está resumido en Cristo.



II - LA SUPERIORIDAD DE CRISTO:

Las razones de esa superioridad [vv. 2, 3]. Aquí se dan nada menos que siete pruebas de su superioridad incomparable.



HEREDERO: Primero se nos lleva al final de la historia, al momento culminante cuando todo le será entregado. El universo le pertenece a Él. Aún no ha tomado plena posesión de su herencia [He. 2:8]; [1Jn. 5:19], pero lo habrá de hacer a su debido tiempo [Jn. 3:35].

CREADOR: Aquí se nos conduce al comienzo de la historia. Cristo fue el agente activo de la creación. Esto de nuevo muestra su derecho sobre nosotros  [Jn. 1:3]; [Col. 1:16]. Y si había podido superar el caos anterior a la creación [Gn. 1:2], podría controlar el deterioro de esos creyentes hebreos.

RESPLANDOR: visible de la gloria de Dios, quien es luz [Jn 8:12]. No es luz reflejada, sino que sale de adentro. Aquí se nos traslada a antes de la creación. Se describe al Señor en su relación con Dios, como la revelación de su gloria, como el resplandor del Shekinah o la presencia de Dios en el Tabernáculo y el Templo. Todas las perfecciones que se encuentran en Dios Padre, también se hallan en Cristo, y se revelan en todo su esplendor en Él. El Señor, literal y activamente manifestó la gloria del Padre. En Cristo toda la majestad del esplendor de Dios se revela plenamente.

Él es la “Imagen misma de su sustancia”, o como lo traduce la Versión Moderna, “la exacta expresión de su sustancia”. Si se quiere saber cómo es Dios, no hace falta hacerse muchas preguntas: Su Hijo vino a revelarlo. Él lo representa con total exactitud. Es la fiel y precisa representación de la misma sustancia, esencia y carácter de Dios [Col. 2:9]. Cristo no es solamente una manifestación de Dios, sino “Dios manifestado en carne” [1Ti. 3:16]. Solo Cristo podía decir “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” [Jn. 14:9].

Estas dos expresiones son complementarias porque podría argumentarse, en base a la primera, que como el rayo es solo parte del sol, así Cristo es solo parte de Dios; pero este error se corrige con la segunda, pues Él es “la imagen misma”.
SUSTENTADOR: No se trata de la figura mitológica de un Hércules o un Atlas soportando el peso del mundo sobre sus hombros, sino de una realidad irrebatible. Se nos revela a través de toda la historia en una acción continua y sostenida. El Señor lo hace mediante el poder de su Palabra, su soberano decreto y voluntad [Col. 1:17]. Todo lo que sucede está bajo su control, y si Él en un momento quitara sus manos de ese control, todo se desintegraría [Ro. 11:36]. El mantiene todo en armoniosa marcha y función.

Los científicos conocen tanto más ahora acerca del universo, la composición química de los planetas, la existencia de millares de galaxias más allá del alcance de los telescopios. Pero sin embargo no pueden identificar la fuerza, o el poder, que mantiene a estos mundos en órbita. La respuesta está en este versículo. Posiblemente nuestra visión de Cristo sea limitada. Estamos en peligro de enclaustrarlo en nuestra experiencia restringida o nuestro conocimiento limitado. Necesitamos, pues, una nueva visión de Cristo en estas dimensiones.

SALVADOR: Aquí vemos cuál fue el propósito de su venida. No solo es el Revelador de Dios sino además la Redención divina, pues efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de su muerte en la cruz. No bastó su palabra, sino que tuvo que tomar forma humana y morir por nosotros. El no meramente prometió perdón, como los profetas, sino que lo logró mediante el sacrificio de Sí mismo. En su acto redentor realizó lo que ningún sacerdote había hecho: Quitar el pecado, no solo en forma temporaria sino permanente [Jn. 1:29]; [Jn 19:30].

Estas palabras también nos indican que la teoría de la existencia del purgatorio es totalmente innecesaria y contraria a las Sagradas Escrituras; no existe.

SOBERANO: Vemos su exaltación como Señor, ocupando el lugar que le corresponde a la diestra de Dios, ratificando así una obra perfecta y consumada.

Resulta significativo que cuando el Sumo Sacerdote entraba en el santuario no se sentaba pues al no haber provisión para ello no había ningún asiento, sugiriendo que su ministerio nunca quedaba concluido. En cambio nuestro Sumo Sacerdote; Cristo, al haber concluido la obra de redención se sentó, y a la diestra de Dios.
Cuatro veces en Hebreos se nos indica que se sentó, o se sienta, a la diestra de Dios: aquí como Señor victorioso, después de haber vencido a Satán y realizado una expiación completa; en [Heb 8:1] como Sacerdote Celestial, en [10:12] como Sacrificio Completo, y en [12:2] como Ejemplo Perfecto.

¡CRISTO, es superior en todo!

¡Gracia y Paz del Señor!